EL
CUESTIONAMIENTO
En
mi ejercicio como psicóloga y siendo herramienta para cambiar la vida de niños
y familias, he encontrado algo preocupante, algo que como adultos olvidamos o
subvaloramos y hoy me siento a reflexionar con ustedes, cuestionándome si como
adultos nos estamos equivocando y estamos llevando a nuestros hijos a un mundo
donde está mal expresar las emociones, donde solo queremos verlos felices,
obedientes y tranquilos; y castigamos o establecemos consecuencias cuando
expresan rabia, tristeza, miedo.
Las
familias llegan buscando apoyo para miles de situaciones externas: dificultad
para relacionarse de manera positiva, problemas de aprendizaje y comportamentales,
que afectan a los niños en los diferentes ámbitos donde se encuentran, llegan
creyendo que solo los niños necesitan ayuda; sin embargo, de fondo se
encuentran emociones contenidas que no se han podido expresar y una cultura
familiar que debe ser cambiada.
LA POLÉMICA
¿Por
qué creemos que solo las emociones positivas se deben dejar fluir en los niños?
¿Le tenemos miedo a las emociones? ¿Por qué nosotros como adultos si podemos
sentirnos furiosos, tristes y con miedo pero los niños no?
Yo
como ustedes no quiero ver a mis hijos furiosos, tristes o con miedo; siento
que es mi misión como mamá evitarles el dolor y el sufrimiento, sin embargo el
mundo de las emociones completo con todos los matices, es el que les va a
permitir crear, ser capaces de resolver problemas y dar de si mismos a los
demás.
Es
fácil de decir pero muy complicado de poner en práctica y de nuevo nos cuestionamos: corregir o dejar fluir, exigir
o dar permiso de sentir, ser neutro o sentir con ellos.
LA REFLEXIÓN
Estuve
trabajando con mis pequeños pacientes dos cuentos que me cuestionaron en mi
labor como mamá: la rabieta de Julieta y el monstruo de colores; si los leen se
dan cuenta de dos puntos importantes:
1.
No
solo hablando fuerte y estableciendo consecuencias logramos calmar una pataleta.
El papá de Julieta lo logró tomándola de un pie y solo con el contacto Julieta
se sintió mejor. Luego no quedó atrás la reflexión.
2.
Nuestros
niños tienen una mezcla de emociones peor que la del monstruo de colores y ya no saben ni que sienten, viven confundidos y como adultos no los
ayudamos.
Es
así como me pregunto que podemos hacer en casa para que los niños reconozcan
las emociones, les demos permiso de sentirlas y así evitar situaciones
escolares y familiares donde necesiten a un tercero para manejarlas.
LA CONCLUSIÓN
Tenemos
mucho que hacer por y con nuestros hijos:
1.
Seamos
papás de carne y hueso, papás que sienten, lloran y sienten rabia, no
ocultándonos, demos permiso a nuestros hijos de vernos como seres humanos, no
como una especie de Superhéroes espaciales.
2.
Expliquémosles
lo que sentimos y porque lo sentimos, abramos espacios de familia para hablar
de emociones, dejemos de preguntar ¿cómo te fue? Para preguntar ¿cómo te
sentiste?
3.
Cuando
nuestros hijos estén furiosos, tristes o en pataleta leamos lo que sienten e
interpretemos en palabras, digamos “sé que te sientes triste, furioso, cuando
estés más tranquilo hablamos” y darle su espacio.
EL RETO
Abramos
la puerta de las emociones, demos la oportunidad a nuestros hijos de vivir sus
emociones sin negarlas ni esconderlas. Seamos ejemplo, ellos no nos necesitan como
papás tranquilos y felices siempre, necesitan entender la tristeza, el miedo y
la rabia a partir de nosotros y lo que vivimos.
Cuidemos
siempre esa relación de cercanía, intimidad y comunicación con los niños ,
compartamos nuestras emociones sin que ellos terminen siendo el lugar donde las
depositamos.
BIBLIOGRAFÍA
Lucila
Rosa Mejía Londoño “Emociones” 2016
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